LA BATALLA DE VITORIA
21 DE JUNIO DE 1813
En colosal retirada
vienen las temidas tropas
de Napoleón el invicto,
cuya suerte á su fin toca.
El intruso rey José,
que sostiene su corona
en el aire del acaso
con el humo de la pólvora,
como jefe que no manda,
como soldado que estorba,
al frente de sus legiones
francesas, rápido toma
el rumbo de Francia, viendo
que le hostigan las victorias
de lord Wellington, aliado
de la nación española.
Llega a la llanura de Alaba,
y, á lo largo del Zadorra,
desde La Puebla á Mendíbil
sus divisiones coloca,
con el mariscal Jourdan
que es el caudillo de todas.
En tanto, por Berberana
Guibijo y Arcamo asoman
los aliados, con lord Wellington,
que á los franceses acosa.
En Subijana los jefes
de su ejército convoca,
y al ilustre Alaba encarga
que el plan de ataque proponga,
pues no hay quien cual él, el campo
de la batalla conozca.
Se acepta su pensamiento,
y, en cuanto brilla la aurora,
del nuevo esperado día,
que hará famoso la historia,
Morillo ataca á La Puebla
y el alto de Arganzón toma,
contra el conde de Gazan,
que con tres legiones choca:
contra ingleses y españoles,
entre los bosques y rocas
de El Boquete y Subijana,
que al fin vencido abandona.
En tanto el inglés Graham
y Giron, y Pack y Longa,
desde Murguia acometen
contra el paso del Zadorra
por Abechuco y Araca
y Gamarra, en horrorosa
embestida, que resiste
por espacio de seis horas
Reile, el conde, insigne jefe
de las imperiales tropas.
Forzados ambos estremos,
Wellington el centro corta
por Villodas y Tres Puentes
y Mamario, y desaloja,
bajo mortifero fuego
de acometida heróica
de Jundiz á los franceses,
alto de eterna memoria,
donde cincuenta cañones
pusiera Tirlet ahora,
tarde y sin fruto, amparando
al rey José y á su escolta
que en Ariñez, con Jourdan,
al contemplar la derrota,
ciegos, en su aturdimiento,
al escaparse, provocan
la completa retirada
de las huestes napoleónicas.
Incomparable espectáculo
entónces se desarrolla,
y ante los ojos atónitos
de los pueblos y las tropas.
Las nieblas, hácia las cumbres
de la sierra, el rumbo toman;
brilla el sol, y las columnas
de humo, formando coronas,
entre el resplandor siniestro
de las mortiferas bocas
suben, y permiten ver,
en los sembrados y lomas,
cuál marchan los batallones
guiados por la victoria,
con sus pintorescos trajes,
con sus armas ostentosas,
sus desplegadas banderas
y sus cánticos de gloria.
A escape los escuadrones
los estensos campos cortan,
contra la linea lanzándose,
donde el francés se amontona.
Vomita la artilleria,
con furia vertiginosa,
constante fuego, empujando
á los que van en derrota.
Arden pueblos y sembrados
y entre las llamas y sombras
se ven cruzar los furgones
enemigos; se desbocan
sus tiros, ruedan al suelo
y, en confusión espantosa
los soldados se dispersan,
con los vencedores chocan,
y al belicoso alarido
de los que matan ó lloran,
únense el terrible estruendo
de la explosión de la pólvora,
y el toque de los clarines,
y las voces poderosas
de los jefes, y los ecos
de los himnos de victoria,
que entre las gentes aliadas
doscientas músicas tocan;
y este gran rumor confúndese
con el que á lo lejos brota
del ejército vencido,
que cual la mar tormentosa
brama y se agita, formando,
en la ámplia llanura toda,
este cuadro, un gran infierno
que nuestro triunfo corona.
En medio del panorama
guerrero que tanto asombra,
circuida de humo y fuego
se alza la noble Vitoria.
Pensando en la triste suerte
que habrá de correr ahora,
por el temor del encono
de las fugitivas tropas,
y de la furia inclemente
de las huestes vencedoras,
que haran horribles estragos
en el pueblo, unas tras otras,
Alaba se pone al frente
de un regimiento, en buena hora,
cruza el peligro, se lanza
por las veredas más cortas
á la ciudad, entra en ella,
á los franceses arroja,
sus restos acuchillando
en las calles y en la ronda,
é impide que los ingleses
luego, á la ciudad se impongan.
El, el caudillo inmortal
que preparó la derrota
del rey José, él, cual buen hijo
logró salvar a Vitoria.
Sus paisanos le saludan
con frenesí, y le coronan
con la aclamación ferviente,
que en sus pechos se desborda.
A lord Wellington recibe,
al terminar la derrota,
al frente del municipio
y de la población toda.
Ambos caudillos, cumpliendo
vieja promesa amistosa,
ántes de buscar descanso
á tanta fatiga y gloria,
á saludar se dirijen
á la que ha de ser esposa
de Alaba, á la ilustre dama
doña Loreto de Arriola.
¡ Cuadro imponente el que ofrece
por la tarde la anchurosa
llanura, donde aún retumban
los tiros de la derrota!
Entre los rastros de sangre,
que el suelo á trechos coloran,
entre los informes grupos
de muertos, que se amontonan,
en los desechos sembrados,
en las altas y en las hondas
revueltas de los caminos,
hay huellas de la espantosa
jornada, que ha decidido
de la suerte de la Europa.
Véase allí tres mil cadáveres,
de unas naciones y otras;
ocho mil pobres heridos
urgente socorro imploran;
ciento cincuenta cañones,
con sus armaduras rotas,
desde Betoño á Arlanban
el ancho camino estorban;
mil furgones atestados
de despojos, que destrozan
los soldados vencedores,
que el rico botín se apropian,
esparcidos por los campos
yacen, y entre ellos las joyas
del arte, á España usurpadas
en pedazos se recobran.
Centenares de familias
fugitivas, su congoja
muestran al ver que los suyos
por fuerza les abandonan.
Muchas, que ayer eran ricas
se encuentran pobres ahora,
y en cambio, á pobres de siempre
hace ricos la victoria.
Su bastón de Mariscal,
perdió José en la derrota,
que á la Inglaterra lord Wellington
manda, cual timbre de gloria.
En cambio á su vez, recibe
como premio, la gran honra,
de Feld-mariscal y el título
de duque, y rentas cuantiosas.
A Alaba su gratitud
demuestra tambien Vitoria
con repetidos obsequios
que su gran mérito abonan.
El gran caudillo alabés,
en la campaña más glorias
conquista, hasta que la Francia
demanda una paz honrosa.
Por él España los cuadros
del gran Rafael recobra;
á nuestra patria en Holanda,
de una manera ostentosa,
á espensas de su dinero,
que es pobre su nación propia.
Amigo de los principios
modernos, sufre la odiosa
persecución, que en la Córte
y en su pueblo se provoca
por ruines émulos suyos,
que cual ingratos se portan
al pagarle el bien que hiciera,
con el mal que le ocasionan.
Es en las Córtes modelo
de los ardientes patriotas;
desterrado obtiene honores
de las gentes poderosas
del extranjero, que rinden
digna justicia á sus glorias.
Embajador al arder
nuestras civiles discordias,
contiene las hecatombes
sangrientas que nos deshonran,
oponiendo al "no hay cuartel",
la humana misericordia.
Ministro, con los más célebres
nombres, que apunta la historia,
en los tiempos más difíciles,
secunda grandes reformas.
Y modesto, y sin los títulos
de aristocráticas pompas,
querido y muy respetado
en su ancianidad dichosa
vivió en la ciudad, que guarda
sus restos altiva ahora,
honrando al gran general
que preparó la derrota
del rey José; y al buen hijo
que salvó un dia á Vitoria.
Sacado del libro "Romancero Alabes" de Ricardo Becerro de Bengoa de Editorial MAXTOR
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