" Hoy está adulterada por la denominación de uso, calle de Francia, pero en su origen tenía un bello nombre oriental y naciente: "La Ronda del Este". Brotó como un suspiro de paz al derribo de las murallas y se delimitó el año 1864, el año eufórico de un Ayuntamiento de empuje. Presidíalo el Sr. Marqués de Legarda. Justo, justo, acababa de resolver el conflicto desatado por la provisión de la plaza de Director de la Orquesta de Teatro, entre los señores Guereta y Echevarría, capitanes de sendas bandas de música capaces de resucitar la rivalidad de Ayalas y Callejas, cuando inició, aquel Ayuntamiento, las calles de la Estación con las casas de Arrieta; la de las Cercas Altas, con la de don Juan Zabala; la de Florida, con las de Bengoa y Unzalu, el Resbaladero, la de Fueros, y la prolongación de la calle de San Antonio con los edificios de Gámiz y Alda.
Fué el año colmado de las aspiraciones campesinas; el año del agua, sol y guerra en Sebastopol; el año en el que el Regidor don Manuel de Verástegui, veía desechar su proyecto de "una calle que, arrancando de la de Postas y cuyo eje fuera una linea que pasando por el centro de la Plaza Nueva, en su dirección de Norte a Mediodía, termine en la estación".
¡Qué feliz perspectiva, sin rival en España, perdió Vitoria!
Fué el año de la concesión del Banco de Vitoria, creado al calor del entusiasmo ferroviario. El año que comenzaron a elevarse, en la Ronda del Este, las casas de don Juan Lopidana. Ese año las calles, y los proyectos de calle, se engalanaron con frecuencia. Recibieron a la Reina Dª María Cristina, al Rey don Francisco de Asís y -apoteósicamente- a los señores Diputados Egaña y Barrueta-Aldamar, en quienes festejaron la defensa foral.
Por cierto - y habéis de perdonarme el inciso- ocurre, a través de la historia, con los fueros, cuanto ocurre con la virginidad: defenderla es quebrantarla.
Pues bien, según iba diciendo, la calle de Francia, incubada al calor del optimismo, nacida en tan buenos pañales, se creyó con muy brillante porvenir. Pospuesta municipalmente y si la veteranía de la impávida calle de Postas, para remontar los agravios, no ha sabido ocultar sus desengaños y a su derecha ha abierto calles que conducen a la desolación.
En las tardes crudas de invierno, las que desafía la luna, cuando el aire se oculta del frio y en el metálico atardecer fulge la helada, en el crepúsculo pálido y quieto, las calles de Arana, de Prudencio María de Verástegui, de la Libertad, y no cito la de la Esperanza por evitar una ironía, nos recuerdan demasiado ciertos cromos fin de siglo, en los que una niña desarrapada y aterida se pierde en la inmensidad nevada. Los mismos horizontes glaciares, los mismos árboles desnudos, las mismas tapias infinitas, la misma sábana por suelo y allá lejos, muy lejos, una lucecita amarilla que la niña no puede alcanzar. Es tal el frío de esas calles y su desolación que el edificio del Anglo desaparece sorbido por la desolación.
Por el contrario, la acera de la izquierda de la calle de Francia, especialmente en sus primeras manzanas, se nos ofrece como la más alegre contrapartida de las estampas siberianas"
Texto sacado del libro de Gregorio de Altube "Vitoria.... o así. Ayeres y Lejanías" Imprenta Egaña