La estación del tren en Vitoria se construyó en 1856.
José Selgas Carrasco en un curioso libro de memorias comenta que de Madrid a Vitoria había cien leguas de distancia que por medio del ferrocarril se recorrían en diecisiete horas. En su opinión, se trataba de alargar el tiempo o acortar el espacio, y se verificaba por medio de un "monstruo de cien ruedas que sale rugiendo y se lanza ciego, saltando unas veces por encima de los abismos, que parecen que se cierran para que pase, hundiéndose otras en el seno de las montañas, cuyas rocas parecen que se abren al sentirlo, dejando siempre en pos de sí la ráfaga fugitiva del humo de su respiración ardiente"
El viajero encerrado en uno de aquellos recios vagones que formaban los anillos de la inmensa serpiente que describiera Selgas, quedaba entregado a la voluntad ciega de la fuerza bruta, "que arrastra un cordón de coches obedientes, prontos a hacerse mil pedazos al menor capricho de la formidable máquina, prontos a precipitarse en un abismo a la menor debilidad de cualquier puente". Más adelante, señala como la tierra huía espantada, y el horizonte lleno de curiosidad "sigue sosegadamente la dirección del tren, como si dijera: vamos a ver en qué para esto".
En estos apuntes de 1865, Selgas describe su paseo por las "calles anchas y limpias" de Vitoria, donde al escuchar hablar a los gasteiztarras, oir sus gritos, sus disputas, sus conversaciones, muy gratamente sorprendido, confiesa: " y no ha llegado todavía a mis oídos ni una blasfemía, ni una palabra indecente, ni siquiera indecorosa". Después de escribir sobre los edificios y los hermosos paseos, afirma que Vitoria "tiene muchas cosas notables que visitar", y un pueblo "modelo de buenas costumbres, tratable, respetuoso, fino y serio".
Información sacada de un artículo de Angel Martínez Salazar