sábado, 22 de septiembre de 2012

LA MORA DE ZALDIARAN

Hace muchos, muchos años, el castillo de Zaldiaran, en Alava, era una hermosa edificación de la que hoy, desgraciadamente, sólo quedan las ruinas.
Don Pedro, señor del castillo, era respetado y amado por sus gentes debido a su valor y buen hacer en la defensa y administración de las tierras que gobernaba. Estaba casado con Doña Asona y su vida transcurría plácidamente.
Pero, después de un largo período de paz los moros que ocupaban la zona de la Rioja volvieron a penetrar en Alava y el señor de Zaldiaran, al igual que otros muchos, tuvo que disponer a sus hombres para la lucha.
Don Pedro se distinguía por su bravura al entrar en combate con el enemigo. Siempre iba a la cabeza de los suyos y nunca permitía que otro ocupase su lugar en los momentos de peligro. Pero un día durante un combate especialmente duro, fue herido por un moro que le atravesó el costado con su lanza. El caballero cayó del caballo sin sentido. Al ver a su señor en el suelo cubierto de sangre, sus soldados le creyeron muerto y emprendieron la retirada. Pronto llegó la mala noticia al castillo de Zaldiaran y todos lloraron con Doña Asona la muerte de tan querido señor.
Don Pedro abrió los ojos, intentó moverse pero el dolor del costado se lo impidió.
-No te muevas, la herida no se ha cerrado.
La que así le hablaba era una joven mora, hermosa como un sueño, que le sonreía mientras le arreglaba las sábanas. Don Pedro intentó hablar pero tenía la boca seca.
-No hables. Estas en una fortaleza de los Banu Kasi y temo que tendrás que quedarte aquí durante mucho tiempo.
El señor de Zaldiaran se curó pero lo mantuvieron como rehén al igual que a otros caballeros alaveses cogidos prisioneros. Durante cuatro largos años estuvo Don Pedro en aquella fortaleza sin poder comunicarse con los suyos y le hubiera resultado muy duro el cautiverio si no hubiera sido por la joven mora que le había cuidado. Era tan dulce y tan hermosa que Don Pedro no tardó en enamorarse de ella. De aquellos amores nacieron dos niños y el caballero llegó a olvidar su casa y su esposa, Doña Asona, que, en Zaldiaran, lloraba su perdida.
Pero al igual que llegó la guerra, llegó la paz y los rehenes fueron liberados. Don Pedro sintió una gran necesidad de regresar a su hogar.
Partió pues, no sin antes prometerle a su amada que regresaría para buscarla a ella y a los niños. La mora le vió marcharse con lágrimas en los ojos.
El regreso de Don Pedro de Zaldiaran fue una fiesta. Doña Asona no cabía en sí de felicidad; los parientes y amigos y todas las personas del castillo festejaron durante muchos días la vuelta del que creían muerto.
Don Pedro no volvió a acordarse de su otra mujer, la mora, y de los hijos que había tenido con ella. Dejó el castillo y se fue a vivir a Gasteiz en donde ocupó un cargo importante al lado del Conde de Alava.
Pero la mora no le había olvidado. Esperó el regreso de su amado.
Esperó y esperó y pasaron otros cuatro años. Entonces decidió ir en su busca. Cogió a sus hijos y se encaminó por tierras alavesas hasta llegar al castillo de Zaldiaran. El castillo estaba deshabitado.
-Esta es su casa y algún día volverá y nosotros estaremos aquí.
Pensó la mora y se sentó a esperarle en los escalones de la entrada.
Pero Don Pedro no volvió.
Pasaron muchos años, siglos. Un día, una pastora que andaba con su rebaño por los alrededores de las ruinas del castillo vió algo que le dejo asombrada: allí, en lo que antaño había sido la puerta principal, estaba sentada una señora y a su lado dos niños jugaban tranquilamente. Los tres llevaban unas ropas extrañas y la señora se peinaba sus largos cabellos negros con un peine de oro que brillaba al sol. La pastora se acercó llena de curiosidad pero, en cuanto la vieron, los tres desaparecieron entre las ruinas. La joven cogió el peine de oro que, en la huida, había olvidado la extraña dama. Lamó pero nadie le contestó así que se guardo el peine y fue a recoger el rebaño para volver a casa.
No había andado ni cien metros cuando oyó una voz que le decía:
-Dame mi peinedere.
Al volverse vió que la mora le seguía. Sintió miedo y echó a correr pero la mora le seguía, siempre a la misma distancia, repitiendo:
-Dame mi peinedere.
La pastora tiró el peine al suelo y siguió corriendo sin volver la vista atrás.
Desde entonces, muchos han sido los que han querido ver a la mora y a sus hijos pero no lo han conseguido.
Sacado del libro "Leyendas Vascas: Alava" Recopilación: Ittxaropena M. de Lezea. EREIN. 1988.
P.D.: Don Miguel de Barandiaran habla de esta mora en su libro "El Mundo en la Mente Popular Vasca"

HACE 200 AÑOS

En 1812 una parte del poder público se decide al final por oponerse a los franceses. El 27 de mayo, la Diputación reunida en Tertanga (cerca de Orduña) responde afirmativamente a las invitaciones de la Junta Central y Consejo de Regencia -organismos ambos de carácter antifrancés- y apuesta por la oposición institucional. La creación de una Junta Provincial paralela aisla en la capital el poder "legal" francés. Mientras, en la provincia, la Junta y la guerrilla dominan toda la situación. Vitoria llega a quedar bloqueada, lo que acentuará aún más las dificultades de racionamiento, 1812 será llamado "el año del hambre", aunque esta designación ha de generalizarse a toda la península.
La Diputación paralela elegirá presidente al general Alava, y mandará representación a las Cortes de Cádiz en la persona del diputado Manuel Aróstegui.
Sacado del Tomo 3 de "Alava en sus manos" Caja Provincial de Alava 1983

lunes, 10 de septiembre de 2012

JOSE LUIS GONZÁLEZ DE VIÑASPRE GASTEIZKO "FATXADAGILEAREN" OMENEZ

Las "fachadas" eran unas pinturas de enormes dimensiones que se colocan sobre la fachada del edificio que acogia la sala de proyecciones cinematográficas, normalmente sobre su entrada principal. La iconografía que recogian era semejante a la concebida por otros diseñadores para el cartel. Para esta función los pintores no eran creativos, y sólo podían permitirse alguna licencia en el uso del color; en todo caso, eran especialistas en esta clase de trabajo. El soporte era lona o papel y, más raramente, tableros de madera. Los realizados en lona o tablero se ocultaban tras nuevos repintados, pues el soporte se reutilizaba. Los hechos sobre papel, en su gran mayoria se destruian. Es la causa de que se hayan conservado tan pocos ejemplares de ellos. José Luis González de Viñaspre fue el único especialista que existió en Vitoria-Gasteiz.
Una vez utilizadas las "fachadas" y tras la retirada de la pelicula de la pantalla de proyección, en ocasiones, Viñaspre conservaba para sí los fragmentos de los que más satisfecho se habia quedado. Unas veces esos fragmentos incluso los recortaba, silueteando la figura, y otras veces conservaba el panel entero donde estaba incluida la imagen que le agradaba. Tal es el caso de esta Sarita Montiel (157 x 96 cm), vestida de vedette para El último cuplé (España, 1957, dir. Juan de Orduña, 108 min)
Viñaspre hizo una traducción fiel de la imagen de la actriz que proporcionaba uno de los programas de mano editados (al menos fueron dos) para promoción de la pelicula.
La "fachada" de la pelicula Así mueren los valientes (At Gunpoint, USA, 1955, dir. Alfred L. Werker, 81 min.) fue realizada por Viñaspre con unas considerables dimensiones en base a ocho paneles de 200 x 90 cm cada uno, lo que hacia un conjunto  de 200 x 720 cm. Eso le permitia ocupar casi toda la fachada del edificio situado sobre la marquesina de entrada al cine.
La imagen del actor principal, Fred Mac Murray, con la pistola ante su cara, recoge fielmente la imagen que la publicidad daba en el programa de mano. Esta pelicula fue proyectada en el cine Amaya después de 1962 lo que permite suponer que se trataba de un reestreno o de un estreno muy tardío.
Cuando trabajaba para el Teatro Amaya, aparte de la "fachada" pintada correspondiente, a Viñaspre le gustaba realizar figuras de cuerpo entero y escala ligeramente superior al natural, para colocarlas delante de las columnas de la fachada arquitectónica del local, las cuales quedaban ocultas tras sus silueteados personajes. Tal es el caso de esta Liz Taylor (257 x 76 cm) de 1957, vestida de rojo para Gigante (Giant. USA, 1957, dir. George Stevens, 201 min).
Viñaspre, en esta ocasión, se sintió libre para confeccionar la imagen y, así, tomó el cuerpo de la actriz del posado (con el pelo recogido) con el que ésta figuraba en el programa de mano, pero cambió la cabeza al colocar lo que, con melena suelta, facilitaba un mosaico de fotos de la actriz elaborado para la promoción de esta pelicula. Los ojos, finalmente, fueron una "invención" del pintor, que trataba de resumir los diversos y seductores efectos de su mirada.
Sacado del suplemento que hicieron el Artium y El Correo sobre la Exposición Los Gamarra van al cine, que se realizó en el Artium del 18 de octubre del 2007 al 24 de febrero del 2008.



 
ga.js