La suerte de los reyes vencidos no debía ser envidiable. Shakespeare nos presenta a Ricardo III de Inglaterra, después de la batalla de Bosworth, gritando desesperadamente: "¡Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo!". No lo consiguió y fue muerto por su pariente el Conde de Richmond, primer rey de la casa de Tudor.
Si Ricardo III hubiera vivido un siglo antes, y sobre todo si hubiera reinado en Alava, tal vez habría salvado la vida y el reino, porque los alaveses del siglo XIV se habian especializado en una actividad tan singular como proporcionar caballos al rey después de una derrota. Al parecer, dos reyes de Castilla, Enrique II y su hijo Juan I, debieron su salvación al sacrificio de dos hidalgos alaveses, Ruy Fernández de Gaona y Pedro González de Mendoza. Un sacrificio bien recompensado, pero no con un reino, como prometía Ricardo III.
El primer suceso tuvo lugar en 1368, después de la desastrosa batalla de Nájera, en la que Pedro El Cruel, ayudado por el Príncipe Negro, derrotó completamente a su hermano. Gaona cedió su caballo a don Enrique, que gracias a él pudo llegar a Aragón y desde allí a Francia, sirviéndole de guía don Pedro de Luna, el futuro Antipapa.
Parecía que la batalla de Nájera había resuelto definitivamente el pleito dinástico, pero los errores de don Pedro fueron tan graves que dos años después perdía el reino y la vida, tras la batalla de Montiel. En 1370, el nuevo rey recompensaba a Gaona, cediéndole algunas propiedades en el Valle de Arana. Probablemente merecía mucho más. Había salvado a su Señor de una muerte segura, no sólo por el carácter de don Pedro, sino porque el objeto declarado de la campaña era la eliminación física del pretendiente. No se puede decir que don Enrique, más tarde llamado el de las Mercedes, fuera precisamente pródigo con Ruy Fernández de Gaona.
Pedro González de Mendoza, hijo de un firmante del Pacto de Arriaga, estaba casado con una hermana del futuro Canciller Ayala. Juntó con él combatió en la batalla de Nájera, donde cayó prisionero, sin mayores consecuencias. Fue nombrado Mayordomo del Infante don Juan y siguió siéndolo después de su ascención al trono, acompañó a Juan I en la expedición a Portugal y murió en la batalla de Aljubarrota. Un romance muy popular narra cómo Mendoza obligó al rey a montar en su propio caballo, para que pudiera escapar.
Si el caballo vos han muerto
subid rey en mi caballo.
Si en pie no podeis tenervos
llegad, subirvos he en brazos
Sin embargo, algunos dudan de la veracidad del romance, ya que es extraño eue el Canciller, en su crónica, olvidara mencionar esa proeza de su cuñado.
Verdadero o falso, en este caso las mercedes reales se acumularon sobre los descendientes de don Pedro. Su hijo fue Almirante Mayor de la Mar y casó con una hija ilegítima del rey, su nieto fue Marqués de Santillana y su biznieto el primer Duque del infantado.
No cabe duda de que los Mendoza tenían un sentido de la publicidad, del que carecían por completo los Gaona.
MANUEL MARIA DE URIARTE ZULUETA
Sacado de los PAPELES DE OPINION LANDAZURI, SOCIEDAD LANDAZURI nº 2 diciembre 1993
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